En una noche estrellada, cuando el cielo estaba bordado de luceros brillantes y la brisa susurraba secretos entre las hojas de los árboles, algo maravilloso sucedió en Nazaret. Una joven llamada María, llena de bondad y fe, recibió la visita de un ángel llamado Gabriel. El resplandor de sus alas iluminó la habitación mientras él le anunciaba una noticia que llenó su corazón de alegría y asombro:
“María, no temas. He venido a traerte una noticia que cambiará el mundo. Serás la madre del hijo de Dios. Tu amor y tu pureza han conquistado el corazón del cielo. Bendita eres entre todas las mujeres”.
María, con ojos grandes como luceros y el corazón palpitando con emoción, escuchó las palabras del ángel y aceptó su destino con humildad y valentía. Sin embargo, en su corazón nacía una pregunta: ¿cómo contarle a José, su amado prometido, que esperaba al hijo de Dios?
Pero el cielo también envió un mensaje a José en un sueño. Un ángel le habló con voz suave y le reveló el misterio del amor que crecía en el vientre de María. José, lleno de comprensión y amor, decidió apoyar a María en todo momento. Juntos, emprendieron un largo viaje desde Nazaret hasta Belén, la ciudad de José, donde debían registrar sus nombres en un censo ordenado por el rey.
El camino era largo y agotador, pero María y José caminaban con paso firme, confiando en la protección divina. María, con su vestido azul y su mirada llena de esperanza, iba montada en una pequeña mula mientras José, con su bastón en la mano y su corazón rebosante de amor, la acompañaba paso a paso.
Al llegar a Belén, la ciudad estaba llena de gente que había venido a registrarse. José buscó un lugar donde alojarse, pero todos los hostales estaban llenos. Sin embargo, un hombre de buen corazón les ofreció su establo como refugio. José acomodó un lecho de paja para María y allí, entre los animales y el suave murmullo de la noche, llegó el momento esperado.
En medio de la oscuridad, una luz celestial iluminó el establo y una estrella brillante surcó el cielo anunciando la llegada del Rey de Reyes. María dio a luz a su hijo, el Niño Jesús, y lo envolvió en pañales con ternura. Lo colocó en un pesebre, el lugar donde los animales comían.
En en país lejano, tres sabios astrónomos observaban el cielo y vieron la misma estrella brillante que había guiado a María y José hasta Belén. Melchor, Gaspar y Baltasar, conocidos como Los Tres Reyes Magos, comprendieron que aquella estrella anunciaba el nacimiento de un nuevo rey, el Salvador del mundo. Decidieron seguir su luz hasta llegar al humilde establo donde yacía el Niño Jesús.
Y así, en esa noche de paz y esperanza, nació el Niño Jesús, el regalo más grande que el mundo haya conocido. Su luz iluminó la oscuridad y su amor llenó los corazones de todos los que lo contemplaron. En cada Navidad, recordamos con alegría y gratitud el milagro del nacimiento de Jesús, quien vino al mundo para traer amor, paz y salvación a todos los niños y niñas de la tierra.
Canción Noche de Paz
Noche de paz, noche de amor
Todo duerme alrededor
Entre los astros que esparcen su luz
Bella, anunciando al niño Jesús
Brilla la estrella de paz
Brilla la estrella de amor
Noche de paz, noche de luz
Ha nacido Jesús
Pastorcillos que oíd anunciar
No temáis cuando entréis a adorar
Que ha nacido el amor
Que ha nacido el amor
Desde el pesebre del niño Jesús
La Tierra entera se llena de luz
Porque ha nacido Jesús
Entre canciones de amor